Sol y Luna: Sostener el mundo para que el otro exista.
Prosa libre sobre el amor incondicional como práctica viva, la suavidad como portal, y el renacer de la semilla estelar en encuentros conscientes entre almas.
Hay conversaciones que no comienzan con palabras1. Se tejen desde otras vidas. Son hilos sutiles que vibran en lo invisible y, cuando se tocan, despiertan un antiguo pacto de reconocimiento.
Así se encuentran las almas despiertas.
Una no le dice a la otra qué hacer, ni siquiera qué pensar. Solo se abre. Se muestra. Y en ese acto de apertura nace un portal: la posibilidad de existir juntos en el presente.
“Existes porque yo existo” —diría la flor al sol, el río a la luna, la voz al silencio.
Así, cada ser que sostiene una visión amorosa del mundo permite que el otro florezca, sin forzarlo. Sin exigirle nada. Solo brindándole la tierra fértil de una mirada compasiva, donde pueda recordar quién es.
Porque recordar no es una tarea mental: es una resonancia. Un temblor suave que despierta la semilla estelar en lo más profundo del cuerpo. Allí, en el sacro —ese cuenco sagrado— se guardan las historias del mundo. Los cantos no cantados, los nombres aún por pronunciar. Allí habita la divinidad como singularidad de toda existencia.
Y cuando dos almas se encuentran con conciencia plena de sí, algo milagroso ocurre: se activa el don de la co-creación.
El Sol, en su fulgor amoroso, despierta la semilla.
La Luna, en su manto silente, la sostiene.
Uno enciende. La otra abraza.
Ambos se dan el tiempo necesario para que nazca un mundo nuevo.
Ese mundo no se impone. No se explica.
Se vive. Se comparte.
Se manifiesta en lo cotidiano: un gesto, una pausa, una pregunta que no busca respuesta, solo verdad.
Porque el verdadero amor no es solo pasión ni permanencia. Es presencia.
Es acercarse al otro con la suavidad de quien sabe que todo lo que toca es sagrado.
Es hablar con los ojos del alma y escuchar con la piel del corazón.
Es no decir nada, y sin embargo, abrir todos los canales.
Amar así es un acto profético.
Un eco del tiempo en que Jesús trajo al mundo esa frecuencia: el amor incondicional como práctica viva, como cuerpo de luz encarnado.
Hoy, muchas semillas están listas para recordar ese amor. Incorporarlo. Hacerlo carne.
Entonces, cuando alguien te mire desde el alma, no apartes la mirada.
Tal vez esté ahí para sostener tu mundo mientras tú recuerdas cómo sembrarlo.
Tal vez ese encuentro no sea casual.
Tal vez el Sol y la Luna estén danzando, una vez más, a través de ustedes.

Este escrito fue inspirado en una conversación de texto donde pude conectar con una de las semillas de Jesús en la tierra. Gracias por mantener el canal abierto