El placer de estar aquí.
Un ensayo místico sobre el placer como portal sagrado al presente. Una invitación a dejar de contarnos historias que nos distraen y a rendirnos, sin juicio, a la experiencia viva del ahora.
Hay un umbral sagrado en el que el cuerpo y el alma se encuentran sin palabras. No se trata de un lugar, ni de un pensamiento; es un instante sin nombre donde lo único que sucede es la vida misma, palpitando con toda su potencia a través de la sensación. Ese umbral es el placer de estar aquí. Presente. Vivo. Desnudo de argumento.
El mundo moderno —con su arquitectura de ruido, prisa y narrativas— ha transformado el placer en una meta que se persigue, en lugar de un manantial que se habita. Nos han enseñado a mirar el deseo como algo que debe proyectarse hacia el futuro o justificarse a través de una historia. “Merezco descansar porque trabajé duro”. “Voy a disfrutar esto porque me lo gané”. Incluso el gozo se condiciona al relato, como si el placer necesitara permiso o antecedentes.
Pero el cuerpo no narra. El cuerpo sabe. El cuerpo no necesita explicaciones, sólo espacio para florecer. Y cuando le permitimos ser, cuando nos rendimos sin juicio al flujo de la experiencia —un aroma, una caricia, una risa profunda, la suavidad del sol en la piel—, descubrimos un lenguaje más antiguo que cualquier palabra: el lenguaje de la presencia.
El placer auténtico no es necesariamente hedonista. Es devocional. Es estar tan completamente aquí que cada célula se convierte en altar, y cada respiración en oración. Es beber agua y sentir cómo se convierte en río dentro de ti. Es tocar sin pensar, mirar sin nombrar, comer sin culpa, descansar sin reloj.
Pero nos cuesta. Nos distraemos. Nos contamos historias incluso en medio del gozo. Pensamos: “Esto se va a acabar”, “¿Será correcto sentirme así?”, “¿Qué viene después?”. Y así el presente se deshilacha, como si no confiáramos en que simplemente ser ya es suficiente.
Nos hemos alejado tanto de lo esencial que incluso lo placentero se torna sospechoso. Nos enseñaron a desconfiar de lo que no produce, no justifica, no avanza. Pero el placer no se acumula, no se monetiza, no se explica. Solo se experimenta.
El gran misterio es que el placer es portal. Un estado en que el alma se hace carne y la carne se hace espíritu. Es en el disfrute donde podemos recordar lo eterno, porque lo eterno no vive en los relojes sino en los instantes. Y el único instante que existe es este.
Estar presente es el mayor acto de revolución íntima. Porque en un mundo que te pide estar en mil lugares, pensar en mil cosas y perseguir mil resultados, decidir sentir profundamente lo que está aquí, ahora, es un regreso al templo. Es elegir ser un canal, no una máquina. Un receptáculo de lo sagrado, no un reproductor de guiones ajenos.
Así que la próxima vez que sientas placer —un sorbo de té, el viento en tu cabello, el contacto con otro cuerpo, el silencio compartido— no pienses. No expliques. No huyas.
Respira.
Recíbelo como una bendición sin porqués.