En su libro Happy Money, el autor japonés Ken Honda propone una idea sencilla y poderosa: el dinero puede ser feliz o infeliz, según la energía con la que lo damos y lo recibimos. Esta premisa, lejos de ser una metáfora romántica, encierra una verdad profunda: la relación que tenemos con el dinero no es más que un reflejo del valor que creemos tener en el mundo.
Cuando tratamos al dinero con culpa, miedo o ansiedad, lo que en realidad estamos proyectando es una visión distorsionada de nosotros mismos. No nos sentimos merecedores de abundancia, de descanso, de gozo, de elecciones expansivas. Y así como nos negamos el permiso de ser auténticos, también nos negamos el permiso de prosperar. El dinero, entonces, se convierte en un antagonista silencioso: lo culpamos por nuestra infelicidad, por nuestras decisiones postergadas, por nuestra falta de libertad. Pero el problema nunca fue el dinero. El problema es cómo lo hemos integrado —o resistido— en nuestra narrativa vital.
Ken Honda nos invita a bendecir el dinero al recibirlo y al dejarlo ir. Este gesto, aunque parezca mínimo, transforma profundamente la manera en que nos relacionamos con él. No se trata de una superstición, sino de un acto de conciencia: reconocer que el dinero no es un fin en sí mismo, sino un flujo, una energía que circula a través de nosotros. Al hacerlo con gratitud, esa energía se vuelve alegre, confiada, generosa.
Y en ese flujo, comenzamos a observar con claridad los hábitos —saludables o no— que rigen nuestra economía emocional. Desde cómo planeamos el día a día, hasta cómo tomamos decisiones cruciales en la vida. Desde el modo en que disfrutamos una comida sencilla, hasta la forma en que respondemos al impulso de postergar un sueño por “falta de dinero”. Todo está conectado con la historia que nos contamos a nosotros mismos.
Nuestro narrador interior —esa voz que justifica, sabotea o motiva— suele tener en el dinero su mayor aliado o su peor enemigo. Cuando el dinero se vuelve excusa para no hacer lo que amamos, para no vivir con autenticidad, para no seguir el llamado del alma, se genera una paradoja: vivimos atrapados en una realidad que no elegimos, creyendo que el problema es externo, cuando en realidad es la desconexión con nuestra esencia.
El verdadero acto de sanación financiera, entonces, no empieza en los números, sino en el alma. Empieza cuando dejamos de ver el dinero como algo que debemos perseguir o temer, y lo empezamos a ver como un aliado que refleja nuestra relación con la vida misma. Cuando nos sentimos valiosos, capaces, en sintonía con lo que somos, el dinero fluye como lo hace la respiración: naturalmente, sin esfuerzo, sin culpa.
Así como el agua toma la forma del recipiente que la contiene, el dinero toma la forma de la conciencia que lo sostiene. ¿Qué pasaría si en vez de pelear con él, aprendiéramos a dialogar? ¿Y si en vez de temerlo, le diéramos la bienvenida con gratitud y propósito?
Tal vez el primer paso no sea generar más dinero, sino generar más amor propio. Porque el dinero feliz —como bien lo dice Ken Honda— no es el que se acumula, sino el que se da y se recibe con alegría, libertad y presencia. Y esa, quizá, es la forma más profunda de abundancia.